miércoles, 22 de junio de 2011

NICETO BLÁZQUEZ, O.P.

EL TRAVESTISMO DE VALORES

¡Ay de los que pervierten los valores morales!, amonestaba Isaías aproximadamente setecientos años antes de Cristo (Is 5,20). Por otra parte, según el refranero popular, aunque el mono se vista de seda, mono se queda. La falsificación de los valores morales había sido una constante histórica sin éxito relevante hasta finales del siglo XIX. Pero en el siglo XX se fortaleció y en las primeras vísperas del siglo XXI tiende a imponerse como ley de vida. Como si ahora bastara que vistamos a los monos de seda para que dejen de ser monos. La corrupción de los valores humanos es como el deterioro de la fruta. Lo razonable es que tan pronto nos percatamos de que hay una manzana podrida la retiremos del frutero para que no corrompa a las demás. Pues bien, el travestismo de valores añade una novedad a la corrupción de los mismos. Dicha novedad consiste en que, en lugar de eliminar la fruta podrida sustituyéndola por otra sana, se la recicla mental y legalmente para ponerla de nuevo en la cesta de la fruta como si fuera de más calidad aún que la anterior antes de su deterioro. Recordemos sólo algunos ejemplos de este fenómeno de reciclaje de valores humanos previamente putrefactados.

1. EL PRIMADO DE LA LIBERTAD CONTRA LA VIDA

Por sentido común cabría pensar que la vida de cada persona es la piedra angular de su ser y de sus derechos. Como reza el dicho popular, “mientras hay vida hay esperanza”. O bien, “lo importante es que haya salud”. Cuando elevamos la copa para celebrar un acontecimiento feliz indefectiblemente nos deseamos salud. Una persona se encuentra con un amigo al que no ve desde hace mucho tiempo y espontáneamente exclama con alegría “cómo te va la vida”. Luego se informan sobre la muerte de familiares y amigos comunes y la salud de los sobrevivientes.

Todas estas expresiones y tantas otras similares expresan de una u otra forma que el solo hecho de estar vivos es la base de cualquier otro valor humano o circunstancia vital. Con estos hábitos de conducta ponemos de manifiesto que la vida es el primer valor sin el cual todos los demás carecen de fundamento y de sentido. La “lucha por la vida” se convierte así en el primer deber de nuestra existencia de suerte que todo lo demás nos es dado por añadidura.

Cuando, también en el lenguaje popular, se dice que “venga el milagro aunque sea del diablo”, lo que está en juego es la vida que a cualquier precio tenemos que salvar. De hecho, cuando se habla de “salvar”, en realidad se está hablando de salvar la vida evitando su eventual destrucción por la muerte. El miedo a la muerte no es más que el reverso del amor a la vida como lo más importante para nosotros. Ella, la vida encendida, es el motor de todo cuanto hacemos por la salud, la felicidad y la defensa de nuestros derechos frente a los demás. Con la vida lo tenemos todo, al menos potencialmente, y con la muerte lo perdemos todo, incluida la esperanza. De ahí también el dicho “más vale vivir enfermo y con dificultades en casa que muerto y feliz en el cementerio”.

Si planteamos la cuestión en el contexto de la teoría de los derechos humanos llegamos sin dificultad a la misma conclusión. La defensa razonable de cualquier derecho humano como, por ejemplo, la libertad, la salud, el salario justo o el acceso a los centros de salud o a los servicios médicos, carece de sentido sin el reconocimiento previo de todas y cada una de las personas a su vida concreta de carne y huesos, desde su orto existencial hasta su ocaso. El correcto uso de la razón no permite bajo ningún concepto que unas personas o instituciones sociales se conviertan en árbitros de la vida concreta de los demás. El verdadero humanismo y los verdaderos sentimientos de humanidad pasan por el respeto incondicional a la vida humana, sobre todo en sus momentos más débiles y menesterosos.

No obstante lo que termino de decir, en el nuevo humanismo que se ha infiltrado en la bioética el primado del respeto a la vida es frecuentemente suplantado por el primado del ejercicio de la libertad. La denominada “era de la libertad” se cimentó sólidamente con la experiencia de las dos guerras mundiales que asolaron la tierra en la primera mitad del siglo XX. El logro de una paz sostenida no era posible sin el reconocimiento efectivo de las libertades fundamentales que habían sido sistemáticamente reprimidas. La necesidad de paz y libertad llevó a los políticos y hombres de leyes a hacer concesiones en perjuicio de la vida humana. Sobre este escabroso tema me he ocupado en diversas ocasiones analizando el proceso de elaboración de la Carta de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas.

Posteriormente el valor de la vida como piedra angular de los demás derechos humanos se ha ido devaluando progresivamente hasta el punto de que en la bio-jurídica o documentos legislativos surgidos en el contexto de la bioética casi siempre quedan resquicios o puertas abiertas para que, en nombre de la libertad personal para decidir sobre los asuntos privados, de los derechos de las autoridades públicas para decidir sobre los asuntos públicos y del derecho de investigación científica, la vida humana pueda ser eventualmente destruida mediante las prácticas abortivas, la eutanasia, el suicidio asistido y la destrucción de embriones humanos, natural o artificialmente producidos, alegando razones terapéuticas, ideológicas o simplemente científicas. Se supone que cualquiera de estas opciones es aceptable por el mero hecho de haber sido tomada democráticamente en nombre de la libertad. Lo importante no es que se respete o no esta o aquella vida concreta sino que la decisión adoptada a favor o en contra de ella sea expresión del ejercicio de la libertad personal o colectiva. En consecuencia, si una mujer opta por abortar o una persona cualquiera decide quitarse la vida, la ley, de acuerdo con esta mentalidad, tiende a asumir esas opciones como correctas y a facilitar que puedan llevarse a cabo de la forma más fácil y menos dolorosa posible.

Una vez que se ha invertido la escala de valores poniendo la libertad en el lugar que corresponde a la vida, las leyes se limitan a controlar los eventuales abusos económicos que pudieran darse y a castigar a quienes no respeten los controles o limitaciones legales. Resulta así que las leyes públicas, en lugar de defender y proteger incondicionalmente la vida como la piedra angular de todo el edificio legislativo, defienden por encima de todo la libertad aunque ello lleve consigo la eventual destrucción de vidas humanas. Son pocos los documentos legislativos emanados en el contexto de la bioética en los que no esté operativa esta mentalidad según la cual el valor de la vida es suplantado por el valor de la libertad.

Ahora bien, sin entrar en la polémica generada por esta sinrazón, cabe preguntarnos qué sentido tiene hablar de derecho a la libertad si no tenemos vida. La libertad es para la vida y no la vida para la libertad. Es obvio que, si la muerte es lo peor que puede ocurrirnos es porque la vida es lo mejor que tenemos. Sin mucha libertad se puede vivir e incluso ser felices. Sin salud y vida la libertad no sirve para nada. Las leyes, por tanto, que optan por defender más la libertad de las personas y de las instituciones que la vida de todos, especialmente la de los más débiles e indefensos, son injustas y nadie está en conciencia obligado a acatarlas. Esta exaltación de la libertad y rebajamiento del respeto a la vida, insisto, quedó claramente reflejada en la Carta de las Naciones Unidas sobre los derechos humanos.

2. MANIPULACIÓN DE LOS SENTIMIENTOS CONTRA EL USO DE LA RAZÓN

Los embarazos no deseados, los achaques de la vejez y las enfermedades muy prolongadas perturban fácilmente el estado emocional de las personas. Con la circunstancia agravante de que a medida que avanzamos en edad nuestras capacidades físicas y psíquicas van disminuyendo implacablemente sin marcha atrás. Un dicho popular que refleja a las mil maravillas esa triste realidad es el siguiente: “¡con lo que yo he sido, que no se me ponía nada por delante!”. O este otro: “no pasan los años por ti”. En realidad lo que se quiere decir es que la edad causa estragos en las personas y el equilibrio emocional ante estas situaciones es profundamente perturbado lo cual contribuye poderosamente a tomar decisiones irracionales o irresponsables.

La joven embarazada, por ejemplo, habla de “este puto embarazo” que no la permite seguir llevando una vida alegre e irresponsable y pide a gritos los servicios de aborto para que la quiten lo antes posible lo que lleva dentro. La mujer que tiene dificultades para conseguir un hijo acepta cualquier proposición para conseguirlo y busca un hombre a cualquier precio para que la preñe, o se somete a cualquier programa de reproducción de laboratorio. Por otra parte, hay enfermos cuyas facultades mentales llegan a debilitarse tanto a causa del dolor o de la irreversibilidad de la enfermedad que juzgan más razonable y sensato quitarse la vida por sí mismos o con la ayuda del personal sanitario, antes que seguir viviendo.

Que todo esto ocurra es comprensible. Cuando los sentimientos, cualquiera que sea su origen, perturban el uso de la razón, la lógica sentimental se impone a la lógica racional y se convierten en los peores consejeros. Pero esto, insisto, es muy comprensible cuando se conoce los entresijos de la naturaleza humana. Lo que no es razonablemente comprensible es la crueldad de quienes manipulan esos sentimientos buscando justificaciones jurídicas y falsas razones para que tales deseos provocados por el sufrimiento y el dolor sean satisfechos. Que una mujer, por ejemplo, esté obsesionada por tener un hijo contra viento y marea es comprensible. Como lo es el que una mujer quede embarazada contra su voluntad y acepte ir a una clínica abortista para abortar con todas las de la ley. Es comprensible que un desesperado quiera suicidarse indoloramente en un hospital o que un enfermo crónico pida la eutanasia. Lo que no cabe en ninguna cabeza sana y bien armada es que, en lugar de ayudar a vivir más y mejor a esas personas que se encuentran en dificultad, se colabore directamente en destruir sus vidas o la de sus hijos antes de nacer.
La perversión y travestismo de valores en estos casos se produce cuando los profesionales de la ética, de los servicios sanitarios y de las leyes públicas tratan de hacernos comulgar con ruedas de molino haciéndose eco de esos sentimientos perturbados para presentarlos como razones humanitarias y, en consecuencia, darles satisfacción mediante su protección legal. Resulta así la paradoja de que los esfuerzos por ayudar a esas personas a superar esos estados emocionales hostiles a sus vidas y a la vida de los que dependen de ellas, son presentados en el contexto de la biotanasia como signo de incomprensión y de crueldad. Como alternativa a esa presunta incomprensión y crueldad las leyes facilitan el aborto, la eutanasia, el suicidio asistido y la destrucción de embriones humanos a quienes lo pidan. Mediante la manipulación de los sentimientos se llega así a ver lo blanco como negro y lo negro como blanco. La clarividencia de esta corrupción y travestismo de valores relacionados directamente con la vida se aprecia sobre todo en las mujeres que estuvieron decididas a ir a abortar y tuvieron la suerte de encontrarse con alguien que las ayudó a dar marcha atrás. Los sentimientos desvinculados de la razón o presentados como razones son muy malos consejeros y, desgraciadamente, son los que imponen su ley en el campo de la biotanasia de Estado.

3. LEGALISMO DISFRAZADO DE ÉTICA IRRESPONSABLE

En el contexto académico existió siempre una gran pelea dialéctica entre juristas, moralistas y profesores de ética. Los hombres de leyes tienen la tendencia a aferrarse a lo que prescriben las leyes, los moralistas a los hábitos y costumbres y los titulares de la ética en el campo de la filosofía a la discusión de los principios que legitiman las leyes y regulan o deben regular la conducta humana. Pero en el humanismo clásico castizo esta polémica apenas trascendía más allá de los debates académicos sobre la primacía o interrelación entre el derecho, la ética y la moral. Sólo a título de excepción había quienes sostenían que las leyes públicas y los diversos hábitos personales y sociales de conducta se legitiman al margen de los grandes principios de la ética humana y de la teología como lugar referencia a Dios.

La novedad del nuevo humanismo en este orden de cosas consiste en que el único criterio funcional para discernir entre el bien y el mal de la conducta humana es lo que legalmente es aprobado por los cuerpos legislativos de los países denominados “democráticos”. La fuente del bien y del mal no está en la naturaleza racional del ser humano o en Dios, sino en los Parlamentos democráticamente constituidos, en los cuales los deseos y la voluntad de la mayoría de los votantes allí reunidos son sancionados y reconocidos como norma suprema e inapelable de conducta. Una vez expresados los deseos en votos y los votos se traducen en leyes escritas, los ejecutivos de las leyes abstraen de referencias éticas o principios que cuestionen esas leyes. Tanto es así que el juez que en sus decisiones se sale del marco señalado por la ley, aunque ésta sea objetivamente inhumana, es castigo como prevaricador.

Se podrá discutir sobre los sentidos de la ley y su eventual aplicación práctica de acuerdo con un sentido u otro. Pero en ningún caso saliéndose del espacio delimitado por la misma ley. Por ejemplo, una mujer quiere abortar. Desde la mentalidad legalista lo que importa no es si el aborto voluntario es una acción en sí misma humana o inhumana sino que se realice de acuerdo con las normas establecidas por la ley. Este es sólo un ejemplo patético para que se vea mejor lo que significa el legalismo sin responsabilidad ética que está de fondo en el nuevo humanismo que ha invadido el campo de la bioética. Los denominados modelos bioéticos actualmente operativos son el ejemplo más claro de cómo se ha pretendido suplantar a la ética de toda la vida por la bioética desde esta perspectiva de la dictadura de las leyes al margen de la ética de la razón y del sentido común.

El legalismo o abuso de las leyes es aún más temeroso que la falta de respeto a las leyes justas y razonables. Ambos extremos son indeseables pero lo es más aún el imperio de las leyes fuera de razón que atentan directamente contra la vida humana más débil e indefensa como ocurre en el campo de la biotanasia. En este contexto de travestismo de los principios éticos en legalismo irresponsable se inscribe el denominado humanismo publicitario y de apariencias. Es otro rasgo del nuevo humanismo y consiste en la idealización de las apariencias y del prestigio social a través de los medios de comunicación social de alcance masivo. Lo importante no es ser y realizarse como personas sino aparecer y ser idealizados en los medios de comunicación. Cualquier forma de conducta, por extraña e irracional que sea, desde el momento en que los medios de comunicación social la magnifican o la presentan como buena, se convierte automáticamente en un punto de referencia a seguir e imitar.

En el caso de la bioética, los medios de comunicación social se convierten casi siempre en los portavoces de aquellas formas de conducta menos recomendables. Si, por ejemplo, un equipo de científicos pide autorización legal para producir embriones humanos y destruirlos en un momento dado, invocando razones científicas o terapéuticas, lo más probable es que la mayoría de los medios informativos apoyen esta petición presentando a la opinión pública la cuestión como un proyecto humanitario absolutamente loable. En este nuevo humanismo la gente prefiere la imagen publicitaria a la realidad y la apariencia al ser. Los sentimientos y los deseos se imponen a la razón, los medios de comunicación los idealizan públicamente, los hombres de leyes los hacen legalmente buenos y los políticos sancionan eficazmente su ejecución.

Ocurre entonces que, al descartar la existencia de valores y principios objetivos universalmente válidos para todos los seres humanos, se impone la absolutización del relativismo y de las opiniones con menoscabo del conocimiento real de las cosas. Lo cual equivale a establecer como principio humanitario el que las cosas sean como a cada uno le parecen prescindiendo de cómo ellas son en su realidad pura y dura. Se confunde así la percepción subjetiva de la realidad a través de los sentimientos, las emociones y de los deseos con la realidad que sólo se percibe adecuadamente aplicando el sentido común y la razón. La verdad o adecuación de nuestras percepciones subjetivas a la realidad pura y dura pierde interés en el nuevo humanismo siendo suplantada por los deseos en bruto que son satisfechos sin pasar por el filtro previo de la razón.

Lo mismo ocurre con el amor. En tiempos pasados recientes el amor quedó prácticamente reducido a técnicas sexuales entre hombre y mujer. Últimamente las técnicas sexuales son suplantadas por las técnicas de la reproducción humana sin necesidad del recurso a las relaciones sexuales. Con lo cual también el amor en el sentido fuerte del humanismo clásico queda devaluado en el nuevo humanismo que ha penetrado en el campo de la bioética. Al final terminamos cayendo en el culto a las leyes parlamentarias basadas sólo en los deseos y los sentimientos sin pasar por el filtro del sentido común o sensatez natural y de la razón.

4. PROCREACIÓN DE LABORATORIO DISFRAZADA DE PATERNIDAD RESPONSABLE

Paternidad o maternidad responsable significa que los hijos se tienen de forma razonable y prudente en un contexto de amor maduro y no como resultado de un capricho o de un golpe emocional sexualmente consumado. En la reproducción entre los animales el instinto de reproducción se consuma sin libertad ni responsabilidad. El macho y la hembra se unen ciegamente arrastrados por la fuerza bruta del instinto sin conocimiento de causa sobre lo que hacen ni libertad para hacerlo de otra manera. Por lo mismo, no son responsables ni culpables de nada. En las personas surge igualmente el instinto reproductivo natural pero esa fuerza instintiva, para humanizarla, tiene que ser procesada racionalmente y aplicada en un contexto de libertad personal. Un hombre y una mujer, antes de aventurarse a tener un hijo, se lo piensan dos veces teniendo en cuenta su situación personal y los derechos del hijo destinado a nacer.
Pero una vez que un hombre y una mujer deciden libremente tener un hijo y lo enganchan a la vida, los padres ya no son libres para impedir que esa vida sea interrumpida bajo ningún pretexto personal o social. Quienes así lo hacen son literalmente unos irresponsables porque no responden a las exigencias naturales de esa nueva vida que ha sido encendida. Es obvio que el tener hijos por falta de una educación adecuada de la sexualidad, dejándose llevar por la espontaneidad emocional, es una actitud irresponsable. Tener hijos, como cualquiera otra forma de conducta personal, no dispensa a nadie de ser razonable. Sin la aplicación del uso de la razón los actos de las personas son privados de la dignidad humana que les corresponde y de ahí la irresponsabilidad de los mismos. Igualmente son irresponsables frente a la vida quienes tienen hijos sólo por intereses económicos, de prestigio social o de autocomplacencia personal. Largo sería hablar de todo esto pero de momento sólo me interesa destacar aquí que el derecho a tener hijos no es absoluto y está condicionado principalmente por el amor a la vida y los derechos del los niños que van a nacer y no por los intereses egoístas o sociales de los padres o de la sociedad.

Hasta el año 1978, fecha en que nació el primer ser humano como resultado de un proceso científico de laboratorio, la paternidad o maternidad responsable estaba relacionada con los medios anticonceptivos y el aborto. Pero en 1978 quedó claro que para ser padres no se necesita ni amor ni sexo. Sólo se necesita someterse a una tecnología análoga a las que se usan en veterinaria, permiso legal y dinero para pagar los servicios de reproducción de laboratorio. En este contexto aquello de que cada cual es hijo de su madre no resulta tan claro como en otros tiempos. De hecho se habla ya de madres genéticas, biológicas, legales y alquiladas.

¿Y de los padres?, mejor no preguntarlo. El semen se compra y se obtiene con la misma facilidad que una muestra de sangre para una analítica. Pero esto no es todo. El concepto de paternidad responsable se ha corrompido y travestido con las técnicas de reproducción de laboratorio y muchos consideran tan responsable tener un hijo amorosa y sexualmente como conseguirlo artificialmente en un laboratorio al margen del sexo, de la razón y del amor. Con la circunstancia agravante de que la producción científica y destrucción de embriones humanos se ha convertido en una rutina y práctica habitual como quien se bebe un vaso de agua. Esto significa la derivación de la bioética hacia la biotanasia legalmente reconocida y protegida. De esta forma el verdadero concepto de paternidad responsable ha sido corrompido y presentado con un rostro nuevo aparentemente más interesante y fascinante. La procreación humana de laboratorio se disfraza así de paternidad responsable prescindiendo del sexo humano y del amor.

5. CLONACIÓN HUMANA, “NIÑOS MEDICAMENTO” Y BIOTANASIA

Entre las diversas técnicas de reproducción humana de laboratorio reviste particular interés la clonación de seres humanos. En febrero del 2004 un equipo surcoreano de catorce científicos aseguró haber clonado embriones humanos con fines terapéuticos siguiendo la misma técnica del equipo americano que clonó la famosa oveja “Dolly”. Para llevar a cabo su hazaña el equipo surcoreano recibió 242 óvulos de 16 mujeres y con ellos produjeron 30 embriones clónicos para cultivarlos hasta alcanzar el estado embrional de blastocistos. O sea, hasta 7 días después de la fecundación cuando el nuevo ser concebido posee ya unas 64 células y está listo para iniciar el proceso de implantación en el útero. Este fue el momento en que los científicos procedieron a aislar y extraer las denominadas células madre del blastocisto el cual, al ser “desguazado” privándole de dichas células muere sin remedio.

El equipo surcoreano que llevó a cabo esta hazaña fue acusado de mentir. Pero es obvio que si se avanza en este sentido aplicando las técnicas de clonación animal a la especie humana hemos cruzado la frontera de la bioética y nos hemos introducido en el campo de la biotanasia, independientemente de que la producción de embriones y su inevitable destrucción se lleve a cabo con intenciones científicas, reproductivas o terapéuticas. Lo esencial en estos casos no es la intención de curar o de investigar sino el hecho de que, sea cual sea la intención con la que se realizan esas técnicas, objetiva y realmente se causa deliberadamente la muerte de seres humanos en estado embrional, lo cual es no es bioética sino biotanasia pura y dura. Pues bien, los “bebés medicamento” son aquellos embriones humanos producidos en el laboratorio por fecundación in vitro para ser usados después como fuente de material terapéutico aprovechando sus células madre. Unas veces el embrión es desguazado extrayendo directamente la masa celular interna del embrioblasto. Cuando esto ocurre el embrión muere automáticamente. Otras veces, siempre previo diagnóstico pre-implantatorio, se destruyen los embriones no considerados terapéuticamente válidos, se selecciona sólo aquel que es considerado sano para ser implantado en la madre, la cual lo gesta y da a luz para extraer después de su cuerpo las células compatibles con las del paciente que se trata de curar. El procedimiento científico realizado en España puede ser descrito del modo siguiente.

La madre de Andrés, el niño enfermo, fue sometida a fecundación in vitro y se obtuvieron de esa forma 16 embriones, cuyo desarrollo se detuvo a los tres días. A continuación extrajeron varias células de cada embrión y el análisis del ADN de cada célula permitió identificar el gen responsable de la enfermedad en cuestión, beta-talasemia, y se descartaron los embriones portadores de dicho gen. El embrión sano o compatible fue implantado en el útero de la madre para su ulterior gestación y tras el alumbramiento se extrajo la sangre del cordón umbilical del bebé con un catéter. La toma de sangre fue depurada para evitar infecciones y se procesó para incrementar la concentración de células madre. Seguidamente esta sangre fue almacenada en un banco de cordón umbilical. Antes de ser intervenido, Andrés (el niño enfermo) fue sometido a numerosas sesiones muy agresivas de quimioterapia para vaciar su médula ósea. Cuando consideraron que era el momento oportuno, la sangre fue transferida al niño enfermo por vía venosa para que las células madre se dirigieran de manera natural hasta el interior de su sistema óseo donde se renuevan la médula ósea.

Desde el punto de vista técnico-médico la cuestión es cómo encontrar un donante totalmente compatible con aquellos enfermos que padecen enfermedades hematológicas, síndromes de inmunodeficiencia o metabólicas cuya única opción de curación por el momento depende de encontrar a ese donante de células madre sanas en la línea genética del enfermo. Pero esta técnica, en sí misma y sin entrar en cuestiones éticas, ¿funciona? A la altura del año 2009 sólo en un 10% de los casos se conseguía un bebé que pudiera facilitar esas células compatibles con el hermano enfermo y no más exitoso resultaba el trasplante de las mismas. Por otra parte, para lograr un solo caso con éxito había que producir artificialmente en el laboratorio muchos embriones condenados fatalmente a ser destruidos, lo cual nos lleva directamente al campo de la biotanasia. Una matización importante es la siguiente. En el caso presente no se procedió a extraer las células madre de la masa celular interna del embrioblasto de los embriones producidos sino que se seleccionó el embrión considerado útil para que naciera y posteriormente extraer de su cordón umbilical la sangre cuyas células madre fueron consideradas útiles para que Andrés, el hermano enfermo, las recibiera con el fin de curar la anemia congénita que padecía.

Es importante destacar el hecho de que la concepción pionera del “niño medicamento” español se llevó a cabo mediante la selección genética de embriones para lo cual se sometió primero a la madre a un tratamiento de fecundación in vitro convirtiendo el acto reproductivo en un acto mecánico de tecnología pura y dura. Por otra parte, se produjeron varios embriones deteniendo su desarrollo a los tres días cuando tenían ocho células. Gracias a una biopsia y un análisis posterior de ADN se descartaron después los embriones incompatibles con el receptor de la donación y se implantó sólo uno en el útero de la madre, lo cual equivale a una práctica eugenésica por todo lo alto. En resumidas cuentas, se trae a la vida a unos de una forma mecánica y artificial sin otro motivo que matarlos con la intención de curar a otros violando el principio de ética elemental de que el fin bueno no justifica el recurso a medios objetivamente malos como es la producción de laboratorio de embriones humanos para ser utilizados y eventualmente destruidos en beneficio de otros. En el caso presente, en beneficio de un hermano nacido enfermo. Nos hallamos ante unas prácticas moralmente inicuas en la línea del nazismo más repugnante con la complicidad de leyes inspiradas en el sentimentalismo y el utilitarismo científico al margen de la razón y de los verdaderos sentimientos paternos de humanidad. Es lo que se ha denominado “nazismo sumergido” en la bioética.

6. CELEBRACIÓN DE LO FALSO Y DE LA MENTIRA

Terminada la segunda guerra mundial se produjo un fenómeno en la civilización occidental digno de ser analizado en profundidad. Los horrores de la guerra fueron el caldo de cultivo de una actitud de reflexión responsable frente a los actos de inhumanidad, y otra de desencanto y revancha. Surgieron así personajes ilustres comprometidos con los derechos humanos y un movimiento espiritual animado por intelectuales de alta calidad preocupados por cuestiones de calado humano muy profundo relacionadas con Dios y la vida religiosa.

Pero al mismo tiempo surgieron movimientos políticos y sociales liderados por personas vengativas dispuestas a resarcirse de formas diversas de los horrores de la guerra. La denominada “guerra fría” entre el bloque comunista, liderado por la Unión Soviética, y el bloque del mundo libre, liderado por los Estados Unidos de América, no consistió sólo en la carrera o lucha armamentística para dominar al mundo por las armas, sino también en la promoción de formas de conducta personales y sociales degeneradas como los secuestros, la muerte del adversario político, el terrorismo y los nacionalismos violentos, el consumo de drogas, la revolución sexual, la revolución cultural en China, el capitalismo salvaje, la prostitución, la experimentación con seres humanos, la legalización de las prácticas abortivas, la eutanasia y la procreación humana asociada a las prácticas veterinarias al margen del sexo y del amor personal. Los progresos científicos en el campo de la biotecnología y de las comunicaciones sociales han sido prodigiosos pero al mismo tiempo se han utilizado contra el hombre. Se ha progresado mucho en ciencia y tecnología pero no en humanidad. Reflexionando sobre este fenómeno paradójico me parece oportuno hacer una matización importante sobre la filosofía de fondo de la biotanasia tal como ha quedado descrita más arriba. Me refiero a la idealización primero y celebración actual de esas prácticas objetivamente inhumanas que han hecho posible la desviación de la bioética como obra de vida hacia la biotanasia como obra de muerte, como si ambas cosas fueran igualmente legítimas.

Los medios de comunicación, sobre todo los audiovisuales, cine, radio y televisión, contribuyeron poderosamente a la idealización de formas personales y sociales de conducta revolucionarias. La década de los años sesenta del siglo XX significó un momento crítico de este fenómeno con la revolución sexual, los pronósticos científicos y el desafío armamentístico entre la Unión Soviética y los Estado Unidos. La revolución de los estudiantes de 1968 fue como el crisol de este fenómeno mediante la alianza ideológica entre marxismo y freudismo llevada a cabo por Herbert Marcuse y otros ideólogos estrella del momento. Prensa, radio, cine y televisión fueron los medios que protagonizaron la idealización de la revolución cultural de valores puesta en marcha en aquella época.

Pero la idealización de formas absurdas o irracionales de conducta no significaba necesariamente aprobación de las mismas. La espontaneidad sexual, las prácticas abortivas, la eutanasia, el recurso a la violencia como método políticamente correcto, la investigación con seres humanos, la promoción de la prostitución como servicio social y la simpatía creciente por los grupos terroristas hasta convertirlos en héroes nacionales, eran formas de conducta que generaban noticias del máximo impacto emocional o interés mediático, pero quedaba un margen razonable para discutir libremente sobre su aceptación como buenas. Los medios de comunicación social las idealizaban sin disimular su creciente simpatía por ellas pero los receptores de los mensajes podían expresar también con libertad su oposición con razones intelectuales sin ser molestados o castigados. Al menos en el bloque denominado “mundo libre” por relación al los países del “telón de acero” y sus satélites.

Ahora bien, ese periodo de idealización con margen razonable para la crítica intelectual desfavorable duró poco tiempo imponiéndose el criterio de lo “políticamente correcto” con lo cual se ha pasado de la idealización y la tolerancia crítica a la celebración social de esas y otras formas irracionales e inhumanas de conducta que han favorecido la consolidación de la biotanasia como una institución tan digna socialmente de respeto como la bioética. Para entender el significado de este paso de la idealización a la celebración de las prácticas biomédicas que se llevan a cabo en el contexto de la biotanasia bastará recordar algunos ejemplos ilustrativos. Cuando en julio de 1978 nació el primer ser humano como resultado de un programa de fecundación in vitro, el acontecimiento fue celebrado a bombo y platillo. Obviamente había razones para ello, pero en los medios de comunicación se puso todo el énfasis en el hecho científicamente consumado pasando por alto los puntos negros del proceso que había conducido a aquel final. Había que celebrar el resultado final como si la consumación del hecho fuera la razón legitimadora de todo el proceso.

La filosofía de fondo era que todo lo que técnicamente es factible es humanamente legítimo cuando nos lo proponemos como objetivo a realizar. A partir de aquel momento las técnicas de reproducción in vitro y otras asociadas o derivadas se desarrollaron de forma admirable y se consolidó la mentalidad de que el fin de conseguir un hijo, aunque esto lleve consigo el tráfico y muerte de fetos humanos y el olvido total de los derechos del hijo llamado a nacer, está siempre justificado y debe recibir el apoyo legal correspondiente en el contexto de los derechos de reproducción. Primero se corrompió el verdadero concepto de paternidad responsable y ahora se lo sanciona como derecho humano legalmente protegido como si el loable deseo de tener un hijo convirtiera automáticamente en buenos a todos los medios utilizados para satisfacer ese deseo.

El caso de la legalización del aborto en España es un ejemplo patético pero altamente ilustrativo del travestismo de valores que se ha llevado a cabo en el contexto de la biotanasia. A finales de la segunda guerra mundial la legalización de las prácticas abortistas se convirtió en un objetivo generalizado siguiendo el ejemplo del socialismo sueco. Intelectuales, sociólogos, médicos y moralistas discutieron por activa y por pasiva este proyecto. La legalización del aborto era uno de los objetivos del humanismo socialista pero al principio quienes no eran favorables a ese proyecto inhumano podían expresar públicamente sus opiniones y razones contra el mismo. Aun los más cerriles e incivilizados reconocían por lo menos el derecho a la objeción de conciencia por parte del personal sanitario que se negara a llevar a cabo esas prácticas mortíferas tan cobardes. Pero actualmente las cosas han cambiado mucho.

En la primera década del siglo XXI la equiparación legal de las uniones homosexuales con el matrimonio natural, la legalización del aborto como un presunto derecho de cualquier mujer en el contexto del derecho a la procreación humana, la equiparación de la prostitución a los servicios sociales, el trato de preferencia social a los mayores ladrones y asesinos, todo esto y mucho más es celebrado y recibido como un signo de progreso social. Durante varias décadas de la segunda mitad del siglo XX esas y otras formas de conducta similares fueron idealizadas pero no aprobadas como formas de conducta humana recomendable. Últimamente, sin embargo, son celebradas como signos de progreso social y respeto de presuntos derechos humanos. Pero esto no es todo.

Quienes por dignidad personal, sentido común y uso correcto de la razón no pueden comulgar con estas ruedas de molino, se arriesgan a ser socialmente marginados y amenazados. La espantosa ley del aborto impuesta por la administración socialista y sus socios políticos en España en el año 2010 es un ejemplo palpable de cómo se trata de imponerla como un presunto derecho de la mujer hasta el punto de obligar a su ejecución poniendo el acatamiento al criminal precepto legal por encima de la objeción de conciencia. Es un caso elocuente en el que se ha podido apreciar un proceso de idealización, corrupción, celebración e imposición de una ley que se inscribe en el contexto de la corrupción y travestismo de valores humanos en el campo de la biotanasia de Estado. La mayor parte de los medios de comunicación idealizan las prácticas de biotanasia de Estado y los cuerpos legislativos las “regulan”, es decir, las protegen legalmente fijando las condiciones necesarias de lugar, tiempo y dinero para ser puestas en práctica con seguridad e impunidad por parte de quienes piden esos servicios y de quienes los prestan en nombre de la ley. Pero ¿cómo se puede llegar a estos extremos?, se preguntan las personas sensatas y de buena voluntad.

Después de muchos años de estudio y de experiencia profesional he llegado a la conclusión de que uno de los factores decisivos que contribuyen a la corrupción de los valores humanos primero, y a su presentación falsa y travestida después, es el dinero. Cuando el dinero suena o se busca el poder la sensatez y la razón guardan silencio. En este contexto se entiende perfectamente que los protagonistas de este fenómeno celebren actualmente el triunfo público de lo falso y de la mentira con escarnio de la vida y de los sentimientos más nobles de humanidad. Un caso práctico elocuente para ilustrar este lamentable fenómeno, insisto, puede ser la mentalidad que inspiró la ley del aborto en España en el año 2010. Se trata de biotanasia de Estado en toda su crudeza inhumana por lo que será útil recordar los criterios políticos y económicos que la respaldaron.

7. DON PODER Y DON DINERO

Basta darse un paseo por Internet para constatar la complicidad del poder político y del dinero en materia de biotanasia en el caso concreto de la ley abortista en España durante la administración socialista. Primero el Ministerio de Sanidad se negó a facilitar información sobre el número de abortos practicados en las clínicas privadas existentes. Esa cifra, se dijo, es fundamental “para saber quién se lleva el gato al agua en el lucrativo negocio del aborto”. Google no quiere ser difusor de las tesis abortistas y veta los anuncios relacionados con el aborto. Al requerimiento de esos datos informativos por parte de un senador la respuesta fue que no se haría público ese dato por respeto al secreto estadístico. Por otra parte, hasta julio del 2010 el buscador Google no había dado cobertura publicitaria a las clínicas abortistas en España pero el potente lobby de estas clínicas siniestras inició una campaña de denuncia contra el buscador por vetar los anuncios publicitarios de los abortorios españoles. Esto fue una muestra más del intento de imponer las tesis abortistas con el fin de aumentar los lucrativos beneficios económicos de esos macabros negocios. Y todo ello con el apoyo del oxígeno legal recibido por parte de la administración socialista.

Al principio Google se negó a dar cabida a este tipo de mensajes porque vulneraría su “guía editorial”, la cual tenía vetado anunciar webs que promocionaran servicios de aborto. El buscador aseguró que no tramitaría anuncios que contuvieran en las búsquedas expresiones como “diagnóstico prenatal”, “enfermedades venéreas”, “ginecología”, “planificación familiar”, “estudios de fertilidad” o “píldora del día después”. El comunicado fue enviado por Google a varias clínicas abortistas denegando su petición promocional con estos términos: “Entendemos que te preocupe que hayamos rechazado tu anuncio basándonos en nuestra política de abortos. AdWords de Google impide anunciar sitios web que promocionen servicios de aborto y que se orienten a los siguientes países y territorios: Alemania, Argentina, Brasil, España, Filipinas, Francia, Hong Kong, Indonesia, Italia, Malaisia, México, Perú, Polonia, Singapur o Taiwán”. Pero los propietarios de los centros abortistas amenazaron con apelar al Ministerio de Igualdad a fin de que presionara a Google para que retirara esta “política recriminatoria” sin excluir reclamar a la Comisión de la Competencia un posible abuso de posición dominante. ¿Resultado de estas presiones y amenazas por parte del lobby abortista?
El pulso lo ganó el dinero, no la ética o la dignidad humana y el buscador dio a conocer el siguiente y vergonzante comunicado: "A raíz de algunos cambios recientes en la legislación española, hemos decidido modificar nuestra política de servicios publicitarios en materia de aborto. Desde el 13 de julio de 2010, es posible publicar anuncios relativos a servicios sanitarios de interrupción voluntaria de embarazos en España". En el mismo texto la Compañía matizó que trataba de adaptar su normativa publicitaria a la "sensibilidad cultural de cada país", además de a criterios de negocio y de carácter legal. Con esta decisión el poderoso lobby informativo Google puso en evidencia que, por encima de consideraciones éticas o de humanidad, no está dispuesto a renunciar a los ingresos económicos de una industria multimillonaria, que ha hecho ricos a un grupo de empresarios desalmados, los cuales han basado su modelo de negocio en acabar con la vida de seres humanos inocentes y en ocultar a sus clientas las consecuencias físicas y psíquicas del aborto que quieren cometer. Los negocios son los negocios y las clínicas abortistas son un negocio seguro con mucho futuro una vez que cuenta con el respaldo legal necesario y la clientela segura entre las mujeres más desamparadas y desgraciadas del mundo.
Las valoraciones éticas de este fenómeno tan paradójico e inhumano han sido expresadas en estas dos expresiones: “macarras de la moral” y “mercaderes de la muerte”. La primera calificación proviene del sector de los promotores y defensores de las prácticas abortistas contra sus oponentes, y la segunda del sector humanista que defiende la vida de los inocentes, que son las principales víctimas de las prácticas mortíferas. La conclusión a la que quería llegar con esta breve descripción de hechos relacionados con la biotanasia de Estado que tiene lugar con la legalización del aborto es que, cuando está de por medio el ejercicio del poder político y financiero, no hay más ética ni humanidad que la que permiten el poder y el dinero. En este contexto las prácticas abortistas y todas las demás formas de destruir vidas humanas en el contexto de la biotanasia, se han convertido en una empresa comercial altamente lucrativa que mueve volúmenes astronómicos de dinero.
Ante este hecho sociológico y cultural se rinden los políticos, los legisladores, el personal sanitario y hasta las propias víctimas del negocio de la muerte humana. Así las cosas, pienso que la única roca de salvación de la dignidad humana para la gente sensata y razonable es el refugio en la propia conciencia personal iluminada por la justicia y la bondad que brotan del Dios revelado en el cristianismo a través de la vida y hechos de Jesús de Nazaret. Lo cual no significa que hayamos de cruzarnos de brazos sin intervenir en la vida política y financiera sino todo lo contrario. No podemos quedar indiferentes sino que hemos de hacer lo que esté de nuestra parte para cambiar, o al menos paliar, esta triste situación. No basta lamentar indignados el fenómeno de putrefacción y travestismo de los valores humanos sino que hay que actuar en contra de forma civilizada y eficaz para conservar y preservar la fruta sana de los valores de su deterioro y falsificación política y legal. NICETO BLÁZQUEZ, O.P.